sábado, 29 de mayo de 2010

Objecciones (cuestiones) a la Biblia de parte del marqués de Sade, Voltaire y otros ilustres...


El texto que a continuación les doy a conocer, no es producto del ingenio de D.A.F Sade o al menos en parte, ya que Sade usa como base un texto volteriano, llamado: "Las preguntas de Zapata", que es una lista de 67 cuestiones a la Biblia, son objeciones, fruto del ingenio y estudio de Voltaire, así como también de otros ilustres. En estas cuestiones podemos encontrar, y asimismo en la mayoría de sus escritos, la ironía demoledora de la sátira volteriana. Las preguntas de Zapata las pueden encontrar en la obra de Voltaire: "Crítica religiosa", muy recomendable, en especial, para todos aquellos que se aferran en la creencia de que la Biblia es un texto sagrado, excento de error. Pues bien, pasemos al texto de Sade y que cada quién juzgue el camino que ha de seguir. Yo por mi parte busco la verdad y no me importa acabar con los prejuicios y errores que vengo cargando desde mi infancia. Un saludo, lector.

Ante todo, ¿cómo debo arreglármelas para probar que los judíos quemados por la Inquisición a millares, fueron durante cuatro mil años los favoritos de Dios? Cómo es que vosotros, que adoráis su ley, los matáis porque siguen su ley? ¿Cómo vuestro bárbaro y ridículo Dios ha sido tan injusto como para preferir la horda judía al mundo entero, y luego abandonar ese pueblo favorito por otra casta infinitamente más pequeña y más despreciable?
¿Por qué ese Dios hizo en otro tiempo tantos milagros? ¿Y por qué no quiere hacerlos ya para nosotros, pese a que nosotros hemos remplazado a ese pueblo, a favor del cual los hacía antaño tan fascinantes?
¿Qué pensáis de la historia burlesca de la costilla de Adán? ¿Es física o alegórica? ¿Cómo creo Dios la luz antes que el sol? ¿Cómo separó la luz de las tinieblas si las tinieblas no son otra cosa que la privación de la luz? ¿Cómo hizo el día antes de haber hecho el sol?
¡Qué ridícula prohibición esa de comer el fruto de un árbol en un jardín del que se dispone! Hay mucha maldad en Dios cuando hace semejante prohibición; porque sabía perfectamente que el hombre sucumbiría; por lo tanto estaba tendiéndole una trampa.¡Valla bribón ese Dios vuestro! Sólo le veía como un imbécil; pero, siguiendole de cerca, me parece un grandísimo malvado.
¿De qué manera me explicaréis la historia de los ángeles que se follan a las hijas del hombre y que engendran gigantes?
¿Cómo os libraréis ahora del diluvio que, si sólo duró cuarenta días, como dice Dios, no debió de dar más de dieciocho pulgadas de agua sobre la tierra? ¿Cómo me explicaréis las cataratas del cielo, los animales llegando de las cuatro partes del mundo para ser encerrados en un cofre, donde ni siquiera cabrían, según las proporciones que ofrecen vuestros libros divinos, lo que contiene la casa de fieras del gran señor? ¿Y cómo la familia de Noé, que sólo estaba compuesta por ocho personas, pudo alimentar y cuidar a todas esas criaturas?
Y el bueno de Abraham, que, a la edad de ciento treinta y cinco años, hace pasar a Sara por hermana suya, para que no la corrompan, ¿no os divierte un poco? Me gusta mucho Abraham, pero le querría un poco menos mentiroso... mas sumiso, y que, cuando Dios decide que su posteridad se haga circuncidar, el padre Abraham no se oponga.
Lo que me complace infinitamente, Justine, es el atrevido episodío de los sodomitas que quieren encular a unos ángeles, y el bueno de Lot, que prefiere verlos enculando a sus hijas...
¿Cómo justificareís las bendiciones caídas sobre Jacob que engaña a su padre Isaac y que roba a su suegro Labán?
¿Cómo arreglaréis el baño de las hijas del faraón en el Nilo, donde nunca se baña nadie debido a los cocodrilos?
¿Cómo Dios, que odiaba a los idólatras, eligió sin embargo a Moisés por su profeta si se había casado con la hija de un idólatra? ¿Cómo los magos de Faraón hicieron los mismos milagros que Moisés? ¿Cómo Moisés, guiado por vuestro poderoso Dios, y encontrandose (según Dios) al frente de seiscientos treinta mil combatientes, huyó con su pueblo en vez de apoderarse de Egipto, cuyos primogénitos todos habían sido ejecutados por el propio Dios nada más nacer? ¿Cómo la caballería de Faraón persiguió a ese pueblo en un país donde nunca caballería alguna pudo maniobrar? Y además, ¿cómo Faraón persiguió a ese pueblo en un país donde nunca caballería alguna pudo maniobrar? Y además, ¿cómo Faraón tenía caballería, si, en la quinta plaga de Egipto, Dios había hecho mentalmente perecer a todos los caballos?
¿Cómo un becerro de oro pudo hacerse en ocho días?
¿Y qué pensaréis de la equidad divina cuando veáis que Dios ordena a Moisés, casado con una madianita, matar a veintiocho mil hombres porque uno solo de ellos se ha costado con una madianita?
¿Cómo me explicaréis que sólo los muros de Jericó pueden caer al sonido de una trompeta?
¿Con qué ojos veréis a Josué ordenar que ahorquen a treinta y un personas solamente porque codiciaba sus bienes?
¿Cómo hablaréis de la batalla de Josué, contra los amorreos, durante la que el señor Dios, siempre muy humano, hace caer durante cinco horas seguidas grandes rocas sobre los enemigos del pueblo judío?
¿Cómo conciliaréis, con los conocimientos que ahora tenéis de los astros, la orden de Josué al sol detenerse, cuando el sol está fijo y es la tierra la que da vueltas? ¡Eh! ¿vais a responderme que Dios no sabía los progresos que nosotros haríamos en astronomía? ¡Qué gran genio es vuestro Dios!
¿Qué pensaráis de Jefté, que inmola a su hija y manda a degollar a cuarenta y dos mil judíos sólo porque su lengua no es lo bastante suelta para pronunciar la palabra Shibolet?
¿Por qué habláis, en vuestra ley, del dogma del infierno y del dogma de la inmortalidad del Alma, cuando la antigua, sobre la que esta calcada la nueva, no dice un sola palabra de esos repugnantes absurdos?
Os exijo las mismas aclaraciones sobre el bueno de Tobías, que dormía con los ojos abiertos, y que se quedó ciego por una cagada de golondrina; sobre el ángel que bajó expresamente de lo que se llama el Empíreo para ir con Tobías a buscar el dinero que el judío Gabel debía al padre del tal Tobías; sobre la mujer de ese mismo Tobías que había tenido siete maridos a los que el diablo había retorcido el pescuezo: y sobre la forma de devolver la vista a los ciegos con la hiel de un pez. Historias todas ellas realmente curiosas; y después de la novela de pulgarcito, no conozco nada más divertido.
Es duro para un individuo que se mete a ser Dios deber su origen a un asesino, a un adúltero, a un raptor de mujeres, a un sifilítico, a un bribón, en una palabra, al que habrían sometido veinte veces al suplicio de la rueda si nuestras leyes europeas hubieran podido cogerle.
La historia de vuestro Jonás, encerrado tres días en el vientre de una ballena, no es igual de repugnante? ¿No está visiblemente copiado de la de Hércules, también cautivo en los flancos de una bestia semejante, y a quien, más hábil que vuestro profeta, se le ocurrió comoer en la parrilla el hígado de la ballena?
Hacedme comprender por favor, los primeros versículos del profeta Oseas. Dios le ordena expresamente tomar una puta, y hacerle hijos de puta. El desventurado obedece. Pero Dios no se da por contento quiere que tome una mujer que haya puesto sus cuernos a su marido. El profeta vuelve a obedecer. Decidme, por favor, ¿a qué viene todo esto en un libro sagrado?... ¿Qué clase de edificación aprenden los fieles creyentes de estos escandalosos absurdos?
Más en el Nuevo Testamento donde nuestras enseñanzas se vuelven más necesarias. Temo verme en aprietos cuando deba poner de acuerdo las dos genealogías de Jesús. Se me dirá que Mateo da a Jacob por padre de José, y que Lucas le hace hijo de Elías: se me preguntará como el uno cuenta cincuenta y seis generaciones, y cómo el otro no cuenta más que cuarenta y dos; y por qué, finalmente, ese árbol genealógico es el de José, que no era padre de Jesús. ¿Seréis de la opinión de San Ambrosio, quien dice que el ángel hizo a María un hijo por la oreja (Maria per aurem impregnata est)
Si me atrevo a hablar, siguiendo a San Lucas, del censo de toda la tierra ordenado por Augusto en la época en que Cireneo gobernaba la Judea, y que fue causa de la huida a Egipto, se me reirán en las narices; porque no hay nadie que no sepa que nunca hubo censo en el imperio, y que era Varo y no Cireneo quien gobernaba por entonces en Siria.
Si hablo, siguiendo a Mareo, de esa huída a Egipto se me dirá que esa huida es una novela, que ninguno de los demás evagelios la menciona.
¿Y creéis que los astrónomos no se burlarán de mi si les hablo de la estrella que guió a tres reyes a un establo?
¿Cómo explicaréis que Herodes, el más déspota de los hombres, haya podido temer por un instante que podía ser suplantado por el bastardo de una puta, venido al mundo en un establo?
Es irritante que ningún historiador venga en apoyo de vuestra pretendida matanza de los inocentes.
Cuando os caséis, Justine, tendréis a bien decirme de qué forma Dios, que también iba a las bodas, se las arreglaba para cambiar el agua en vino, en favor de gentes que ya estaban borrachas.
Y cuando al final de Julio comáis higos en vuestro almuerzo, también tendréis a bien decirme, por qué Dios, sintiendo hambre, buscó higos en el mes de marzo, cuando no es tiempo de higos.
¿Diré con Lucas, que fue de la pequeña aldea de Betania de dónde Jesús se lanzó hacia el cielo?¿O bien, con Mateo, que fue desde Galilea? ¿Preferiría yo la opinión de un doctor de que, para conciliar todo, pretende que Dios tenía un pie en Galilea y el otro en Betania?
Instruidme, ¿por qué el Credo, que se llama el símbolo de los apóstoles, no fue compuesto sino en tiempos de Jerónimo y de Rufino, cuatrocientos años después de los apostóles? ¿Decidme por qué los primeros padres de la Iglesia nunca citan más que los Evangelios llamados apócrifos? ¿No es una prueba evidente de que los cuatro canónicos aun no estaban hechos?
Decidme por qué vuestra religión admite siete sacramentos cuando Jesús no instituyó sin embargo ninguno. Por qué adoráis la Tinidad, cuando Jesús nunca habla de la Trinidad. En una palabra, por qué vuestro Dios, que reune tanto poder, no tiene sin embargo el de instruirnos en todas estas verdades tan esenciales a nuestra salvación.
El fanatismo se apodera de las mentes, las mujeres chillan, los locos se debaten, los imbéciles creen; y así tenemos al más despreciable de los seres, al bribón más torpe, al más pesado impostor que nunca haya aparecido, convertido en Dios, convertido en hijo de Dios, igual a su padre; ahí tenéis consagrados todos sus delirios, convertidos en dogmas todas sus palabras, y en misterios sus simplesas.
¿Pero se contentará con eso este santo Dios? Por supuesto que no su poder va a prestarse a favores mucho más grandes. Por voluntad de un sacerdote, es decir, de un pupilo cubierto de mentiras y de crímenes, este gran Dios, creador de cuanto vemos, se rebajará hasta descender diez o doce millones de veces todas las mañanas en un trozo de pasta que, como tiene que ser digerido por los fieles, pronto va a transmutarse en el fondo de sus entrañas en los excrementos más viles, y todo ello para satisfacer a ese tierno hijo, inventor odioso de esa mounstrosa impiedad en una cena de taberna.
Finalmente esa infame religión llega al trono y es un emperador débil, cruel, ignorante y fanático el que, envolviéndola en el manto real, mancilla así los dos extremos de la tierra.
¡Oh, Justine, cuánto peso han de tener esas razones sobre un espíritu analista y filósofo! En ese revoltijo de fábulas espantosas, ¿puede ver el sabio otra cosa que el fruto repugnante de la impostura de unos cuantos hombres, y de la falsa credulidad de los demás?
Si Dios hubiera querido que tuviésemos una religión cualquiera, y si realmente era poderoso, o , mejor dicho, si hubiese realmente un Dios, ¿nos habría transmitido sus órdenes por medios tan absurdos?
Si es supremo, si es bueno, si es poderoso, si es justo ese Dios del que me habláis, ¿querrá enseñarme a servirle o a conocerle por medio de enigmas o de farsas?
Soberano motor de los astros y del corazón del hombre, ¿no puede instruirnos sirviéndose de aquellos o hablarnos grabándose en éste? Que imprima un día, con trozos de fuego, en el centro del sol, la ley que pueda agradarle y que quiera darnos; todos los hombres, de un confín a otro del universo, al leerla, al verla al mismo tiempo, se podrá legitimar entonces su incredulidad. Pero indicar sus deseos unicamente en un ignorado rincón de Asia: no escoger por espectador sino al pueblo más malvado y más visionario; por sustituto sino al más vil artesano, al más absurdo y al más bribón; embrollar de tal modo la doctrina que resulta imposible comprenderla, limitar el conocimiento a un pequeño número de individuos, dejar a los demás en el error y castigarlos por haber permanecido en él.
NO JUSTINE TODAS ESAS ATROCIDADES NO ESTASN HECHAS PARA GUIARNOS PREFIERO MORIR MIL VECES ANTES QUE CREERLAS.
Marqués de Sade. La Nueva Justine.

No hay comentarios:

Publicar un comentario