martes, 20 de octubre de 2009

Lo Fatal


Lo Fatal

Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, porque ésa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido, y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida, y por la sombra, y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber a dónde vamos
ni de dónde venimos!...


Rubén Darío. "Lo Fatal".

domingo, 18 de octubre de 2009

Voltaire o la inspiración de crear este Blog.








¿QUÉ DIJERON ALGUNOS FILÓSOFOS ACERCA DEL ALMA?




Imagínense unos seres que poseen un tamaño y una inteligencia superior a la nuestra, imagínense además que de esos seres también halla filósofos o pretendidos sabios como aquí en la Tierra y que aparte de esto halla otros seres más superiores que estos y a su vez otros más superiores y así casi hasta el infinito. Bueno, y un buen día a uno se le ocurre emprender un viaje hacia nuestro planeta junto con otro ser mounstroso en todos los aspectos. Una vez en nuestro planeta, no verían casi nada, debido a la exagerada altura que poseeen, ¿saben cuáles serían los únicos seres vivos que verían? No se lo imaginan, pues las ballenas. Valla que insignificantes somos, creo que tenía razón Pascal, al afimar que SOMOS UNA NADA EN COMPARACIÓN CON EL TODO. Pues ahora imagínense que estos seres se encuentran con algunos filósofos terrestres y empiezan a filósofar, y el tema del que los hombres-pulga harán exposición es precisamente uno de los problemas capitales de la filosofía; evidentemente el tema del ALMA, ¿Qué es él alma, según ...? He aquí algunos fragmentos de un cuento filosófico llamado: "Micromegas", de un autor que me atrevo a decir que no tiene comparación, me refiero indudablemente a Voltaire.


MICROMEGAS.

Los filósofos hablaron todos a la par, como antes, pero todos fueron de distinto parecer. El más viejo citó a Aristóteles, el otro pronunció en nombre de Descartes, éste, el de Malebranche, ése, el de Leibniz, aquél, el de Locke. Un anciano peripatético dijo con plena seguridad:

-El alma es una entelequia y una razon gracias a la cual tiene la potencia de ser lo que es. Así lo dice expresamente Aristóteles, en la página 633 de la edición de Louvre.

Y citó el pasaje.

-No entiendo bien el griego -dijo el gigante.

-Yo tampoco -dijo la polilla filosófica.

-¿Por qué, pues -replicó el sirio -, citás a ese Aristóteles en griego?

-Porque -respondió el sabio - hay que citar lo incomprensible en la lengua que menos se entiende.

Tomó la palabra el cartesiano y dijo:

-El alma es un espíritu puro que recibe en el vientre de su madre todas las ideas metafísicas, pero que, al salir de él, se ve precisado a ir a la escuela y aprender nuevamente lo que también sabía, y que nunca volverá a saber.

-No valdría la pena - respondió el animal de ocho leguas - que tu alma fuese tan sabia en el vientre de tu madre, para volverse tan ignorante cuando tú ya tuvieras barba.

Pero, ¿qué entiendes tu por espíritu?

-¿Qué es lo que preguntas? - dijo el razonador - no tengo de él la menor idea: lo que se dice es que no es materia.

-¿Y sabes al menos lo que es la materia?

-Lo sé muy bien. Por ejemplo, esta piedra es gris, y de tal figura, tiene tres dimensiones, y es pesada y divisible.

-Bueno -dijo el sirio-, pero esta cosa que te parece divisible, pesada y gris, ¿me dirás qué es? Tú ves algunos atributos, pero el fondo mismo de la cosa, ¿lo conoces?

-No- respondió el otro.

-Luego, no sabes lo que es la materia.

Entonces el señor Micromegas, dirigiendose a otro sabio que tenía sobre su pulgar, le preguntó qué era su alma y qué hacia ella.

-Absolutamente nada -dijo el filósofo discípulo de Malebranche -; Dios es quien lo hace todo por mi; yo todo lo veo en él y todo lo hago en él; es él quien lo hace todo sin mi coperación.

-Eso equivale a no existir -replicó el filósofo sirio -. Y tú amigo -preguntó a un Leibniziano que allí estaba -, ¿qué dices?, ¿qué es tu alma?

-Es -dijo el Leibniziano -una aguja de relog, que señala las horas mientras mi cuerpo marca la hora; o, si te parece, mi alma es el espejo del universo y mi cuerpo el marco del espejo. Todo esto es bien claro.

Un pequeño partidario de Locke los oía atentamente, y cuando al fin se le dirigió la palabra, dijó:

-Yo no sé como pienso, lo que sé es que nunca he pensado sino por medio de mis sentidos. No dudo que existan sustancias inmateriales e inteligentes; pero que no pueda Dios comunicar el pensamiento a la materia, eso lo dudo mucho. Reverencio el eterno poder, no me está permitido limitarlo; no afirmo nada, y me contento con creer que hay muchas más cosas de las que se piensa.

Sonrió el animal de Sirio, parecióle que no era éste el menos sabio, y el enano de Saturno, de haber sido por la extrema desproporción, habría abrazado al partidario de Locke. Por desgracia se encontraba allí un animalucho con bonete en la cabeza, quien, cortando el hilo a los otros animaluchos filosfóficos, dijo que él sabía todo el secreto, que se hallaba en la Suma de Santo Tomás; miro de pies a cabeza a los dos moradores celestes; les sostuvo que sus personas, sus mundos, sus soles y sus estrellas, todo había sido creado únicamente para el hombre.

Al oír esto, nuestros dos viajeros se dejaron caer uno contra el otro, muriéndose de aquella risa inextinguible que, según Homero, es propia de los dioses; subían y bajaban sus espaldas y sus barrigas, y en estas convulsiones el navío, que el sirio tenía sobre su uña, se cayó en una bolsa de los calzones del saturniano. Esas dos buenas personas lo buscaron durante mucho tiempo; al fin encontraron la tripulación y la colocaron en el barco con mucho cuidado. Tomó el sirio los átomos filosóficos y les hablo todavía con mucha afabilidad, aunque estaba un poco molesto en el fondo de su corazón al ver que los infinitamente pequeños tenían un orgullo casi infinitamente grande. Prometióles que compondría un bello libro de filosofía, escrito con letra pequeñita, para su uso, y que, en ese libro encontrarían la solución a todos los problemas. Y, efectivamente, les dio el libro antes de irse; lo llevaron a París, a la Academia de Ciencias, más, cuando el viejo secretario lo abrió. no vió más que páginas en blanco, y dijo:

- ¡Ah!, ya sospechaba yo.

Voltaire. Micromégas.

Espero que esta historia te halla abierto la mente, como lo hizó conmigo, si no has leído a Voltaire, te recomiendo: "Cándido o el optimismo", novela filosófica o literaria escrita con gran ingenio. Un saludo merodeador.