sábado, 5 de junio de 2010

Elogio a las putas de parte de Sade y Walter Bejamin.


¿Qué son las putas o las prostitutas?

Eugenia. ¡Qué contenta estoy de haber sido yo la causa! Pero hay una palabra, querida, que se te ha escapado y que no comprendo. ¿Qué entiendes por la expresión puta? Perdóname, pero estoy aquí para aprender, ¿sabes?

Mme. de Saint-Ange. Así llaman, ángel mio, a esas víctimas públicas del libertinaje de los hombres, siempre dispuestas a plegarse al temperamento o al interés de ellos; dichosas y respetables criaturas que la opinión infama, pero que la voluptuosidad corona y que, mucho más necesarias para la sociedad que las mojigatas, tienen el coraje de sacrificar, para servirla, la consideración que esa sociedad se atreve a retirarles injustamente. ¡Vivan aquellas que se sienten honradas por ese título!¡Esas son las mujeres verdaderamente amables, las únicas verdaderamente filósofas! En lo que a mí respecta, querida, que trabajo para merecer ese nombre desde hace doce años, te aseguro que lejos de molestarme me agrada. Más aún: me gusta que me llamen de ese modo cuando me joden; ese insulto me calienta la cabeza.


Sade. La filosofía en el tocador.


"Los libros y las prostitutas pueden llevarse a la cama.
Los libros y las prostitutas entrecruzan el tiempo. Dominan la noche como el día y el día como la noche.
Nadie nota en los libros ni en las prostitutas que los minutos les son preciosos. Sólo al intimar un poco más con ellos, se advierte cuánta prisa tienen. No dejan de calcular mientras nosotros nos adentramos en ellos.

Libros y prostitutas : raras veces verá su final quien los haya poseido. Suelen desaparecer antes de perecer.

Qué gustosa y embusteramente cuentan los libros y las prostitutas cómo han llegado a ser lo que son. En realidad, muchas veces ni ellos mismos se dan cuenta. Durante años se cede a todo “por amor”, hasta que un buen día aparece en la calle, convertido en un voluminoso “corpus” que se pone en venta, aquello que, “por amor a la causa”, nunca había pasado de ser un vago proyecto.

A los libros y las prostitutas les gusta lucir el lomo cuando se exhiben.
Los libros y las prostitutas se multiplican mucho."


Walter Benjamin.

Sin un poco de lujuria, ya se se habría extinguido la raza humana.

sábado, 29 de mayo de 2010

Objecciones (cuestiones) a la Biblia de parte del marqués de Sade, Voltaire y otros ilustres...


El texto que a continuación les doy a conocer, no es producto del ingenio de D.A.F Sade o al menos en parte, ya que Sade usa como base un texto volteriano, llamado: "Las preguntas de Zapata", que es una lista de 67 cuestiones a la Biblia, son objeciones, fruto del ingenio y estudio de Voltaire, así como también de otros ilustres. En estas cuestiones podemos encontrar, y asimismo en la mayoría de sus escritos, la ironía demoledora de la sátira volteriana. Las preguntas de Zapata las pueden encontrar en la obra de Voltaire: "Crítica religiosa", muy recomendable, en especial, para todos aquellos que se aferran en la creencia de que la Biblia es un texto sagrado, excento de error. Pues bien, pasemos al texto de Sade y que cada quién juzgue el camino que ha de seguir. Yo por mi parte busco la verdad y no me importa acabar con los prejuicios y errores que vengo cargando desde mi infancia. Un saludo, lector.

Ante todo, ¿cómo debo arreglármelas para probar que los judíos quemados por la Inquisición a millares, fueron durante cuatro mil años los favoritos de Dios? Cómo es que vosotros, que adoráis su ley, los matáis porque siguen su ley? ¿Cómo vuestro bárbaro y ridículo Dios ha sido tan injusto como para preferir la horda judía al mundo entero, y luego abandonar ese pueblo favorito por otra casta infinitamente más pequeña y más despreciable?
¿Por qué ese Dios hizo en otro tiempo tantos milagros? ¿Y por qué no quiere hacerlos ya para nosotros, pese a que nosotros hemos remplazado a ese pueblo, a favor del cual los hacía antaño tan fascinantes?
¿Qué pensáis de la historia burlesca de la costilla de Adán? ¿Es física o alegórica? ¿Cómo creo Dios la luz antes que el sol? ¿Cómo separó la luz de las tinieblas si las tinieblas no son otra cosa que la privación de la luz? ¿Cómo hizo el día antes de haber hecho el sol?
¡Qué ridícula prohibición esa de comer el fruto de un árbol en un jardín del que se dispone! Hay mucha maldad en Dios cuando hace semejante prohibición; porque sabía perfectamente que el hombre sucumbiría; por lo tanto estaba tendiéndole una trampa.¡Valla bribón ese Dios vuestro! Sólo le veía como un imbécil; pero, siguiendole de cerca, me parece un grandísimo malvado.
¿De qué manera me explicaréis la historia de los ángeles que se follan a las hijas del hombre y que engendran gigantes?
¿Cómo os libraréis ahora del diluvio que, si sólo duró cuarenta días, como dice Dios, no debió de dar más de dieciocho pulgadas de agua sobre la tierra? ¿Cómo me explicaréis las cataratas del cielo, los animales llegando de las cuatro partes del mundo para ser encerrados en un cofre, donde ni siquiera cabrían, según las proporciones que ofrecen vuestros libros divinos, lo que contiene la casa de fieras del gran señor? ¿Y cómo la familia de Noé, que sólo estaba compuesta por ocho personas, pudo alimentar y cuidar a todas esas criaturas?
Y el bueno de Abraham, que, a la edad de ciento treinta y cinco años, hace pasar a Sara por hermana suya, para que no la corrompan, ¿no os divierte un poco? Me gusta mucho Abraham, pero le querría un poco menos mentiroso... mas sumiso, y que, cuando Dios decide que su posteridad se haga circuncidar, el padre Abraham no se oponga.
Lo que me complace infinitamente, Justine, es el atrevido episodío de los sodomitas que quieren encular a unos ángeles, y el bueno de Lot, que prefiere verlos enculando a sus hijas...
¿Cómo justificareís las bendiciones caídas sobre Jacob que engaña a su padre Isaac y que roba a su suegro Labán?
¿Cómo arreglaréis el baño de las hijas del faraón en el Nilo, donde nunca se baña nadie debido a los cocodrilos?
¿Cómo Dios, que odiaba a los idólatras, eligió sin embargo a Moisés por su profeta si se había casado con la hija de un idólatra? ¿Cómo los magos de Faraón hicieron los mismos milagros que Moisés? ¿Cómo Moisés, guiado por vuestro poderoso Dios, y encontrandose (según Dios) al frente de seiscientos treinta mil combatientes, huyó con su pueblo en vez de apoderarse de Egipto, cuyos primogénitos todos habían sido ejecutados por el propio Dios nada más nacer? ¿Cómo la caballería de Faraón persiguió a ese pueblo en un país donde nunca caballería alguna pudo maniobrar? Y además, ¿cómo Faraón persiguió a ese pueblo en un país donde nunca caballería alguna pudo maniobrar? Y además, ¿cómo Faraón tenía caballería, si, en la quinta plaga de Egipto, Dios había hecho mentalmente perecer a todos los caballos?
¿Cómo un becerro de oro pudo hacerse en ocho días?
¿Y qué pensaréis de la equidad divina cuando veáis que Dios ordena a Moisés, casado con una madianita, matar a veintiocho mil hombres porque uno solo de ellos se ha costado con una madianita?
¿Cómo me explicaréis que sólo los muros de Jericó pueden caer al sonido de una trompeta?
¿Con qué ojos veréis a Josué ordenar que ahorquen a treinta y un personas solamente porque codiciaba sus bienes?
¿Cómo hablaréis de la batalla de Josué, contra los amorreos, durante la que el señor Dios, siempre muy humano, hace caer durante cinco horas seguidas grandes rocas sobre los enemigos del pueblo judío?
¿Cómo conciliaréis, con los conocimientos que ahora tenéis de los astros, la orden de Josué al sol detenerse, cuando el sol está fijo y es la tierra la que da vueltas? ¡Eh! ¿vais a responderme que Dios no sabía los progresos que nosotros haríamos en astronomía? ¡Qué gran genio es vuestro Dios!
¿Qué pensaráis de Jefté, que inmola a su hija y manda a degollar a cuarenta y dos mil judíos sólo porque su lengua no es lo bastante suelta para pronunciar la palabra Shibolet?
¿Por qué habláis, en vuestra ley, del dogma del infierno y del dogma de la inmortalidad del Alma, cuando la antigua, sobre la que esta calcada la nueva, no dice un sola palabra de esos repugnantes absurdos?
Os exijo las mismas aclaraciones sobre el bueno de Tobías, que dormía con los ojos abiertos, y que se quedó ciego por una cagada de golondrina; sobre el ángel que bajó expresamente de lo que se llama el Empíreo para ir con Tobías a buscar el dinero que el judío Gabel debía al padre del tal Tobías; sobre la mujer de ese mismo Tobías que había tenido siete maridos a los que el diablo había retorcido el pescuezo: y sobre la forma de devolver la vista a los ciegos con la hiel de un pez. Historias todas ellas realmente curiosas; y después de la novela de pulgarcito, no conozco nada más divertido.
Es duro para un individuo que se mete a ser Dios deber su origen a un asesino, a un adúltero, a un raptor de mujeres, a un sifilítico, a un bribón, en una palabra, al que habrían sometido veinte veces al suplicio de la rueda si nuestras leyes europeas hubieran podido cogerle.
La historia de vuestro Jonás, encerrado tres días en el vientre de una ballena, no es igual de repugnante? ¿No está visiblemente copiado de la de Hércules, también cautivo en los flancos de una bestia semejante, y a quien, más hábil que vuestro profeta, se le ocurrió comoer en la parrilla el hígado de la ballena?
Hacedme comprender por favor, los primeros versículos del profeta Oseas. Dios le ordena expresamente tomar una puta, y hacerle hijos de puta. El desventurado obedece. Pero Dios no se da por contento quiere que tome una mujer que haya puesto sus cuernos a su marido. El profeta vuelve a obedecer. Decidme, por favor, ¿a qué viene todo esto en un libro sagrado?... ¿Qué clase de edificación aprenden los fieles creyentes de estos escandalosos absurdos?
Más en el Nuevo Testamento donde nuestras enseñanzas se vuelven más necesarias. Temo verme en aprietos cuando deba poner de acuerdo las dos genealogías de Jesús. Se me dirá que Mateo da a Jacob por padre de José, y que Lucas le hace hijo de Elías: se me preguntará como el uno cuenta cincuenta y seis generaciones, y cómo el otro no cuenta más que cuarenta y dos; y por qué, finalmente, ese árbol genealógico es el de José, que no era padre de Jesús. ¿Seréis de la opinión de San Ambrosio, quien dice que el ángel hizo a María un hijo por la oreja (Maria per aurem impregnata est)
Si me atrevo a hablar, siguiendo a San Lucas, del censo de toda la tierra ordenado por Augusto en la época en que Cireneo gobernaba la Judea, y que fue causa de la huida a Egipto, se me reirán en las narices; porque no hay nadie que no sepa que nunca hubo censo en el imperio, y que era Varo y no Cireneo quien gobernaba por entonces en Siria.
Si hablo, siguiendo a Mareo, de esa huída a Egipto se me dirá que esa huida es una novela, que ninguno de los demás evagelios la menciona.
¿Y creéis que los astrónomos no se burlarán de mi si les hablo de la estrella que guió a tres reyes a un establo?
¿Cómo explicaréis que Herodes, el más déspota de los hombres, haya podido temer por un instante que podía ser suplantado por el bastardo de una puta, venido al mundo en un establo?
Es irritante que ningún historiador venga en apoyo de vuestra pretendida matanza de los inocentes.
Cuando os caséis, Justine, tendréis a bien decirme de qué forma Dios, que también iba a las bodas, se las arreglaba para cambiar el agua en vino, en favor de gentes que ya estaban borrachas.
Y cuando al final de Julio comáis higos en vuestro almuerzo, también tendréis a bien decirme, por qué Dios, sintiendo hambre, buscó higos en el mes de marzo, cuando no es tiempo de higos.
¿Diré con Lucas, que fue de la pequeña aldea de Betania de dónde Jesús se lanzó hacia el cielo?¿O bien, con Mateo, que fue desde Galilea? ¿Preferiría yo la opinión de un doctor de que, para conciliar todo, pretende que Dios tenía un pie en Galilea y el otro en Betania?
Instruidme, ¿por qué el Credo, que se llama el símbolo de los apóstoles, no fue compuesto sino en tiempos de Jerónimo y de Rufino, cuatrocientos años después de los apostóles? ¿Decidme por qué los primeros padres de la Iglesia nunca citan más que los Evangelios llamados apócrifos? ¿No es una prueba evidente de que los cuatro canónicos aun no estaban hechos?
Decidme por qué vuestra religión admite siete sacramentos cuando Jesús no instituyó sin embargo ninguno. Por qué adoráis la Tinidad, cuando Jesús nunca habla de la Trinidad. En una palabra, por qué vuestro Dios, que reune tanto poder, no tiene sin embargo el de instruirnos en todas estas verdades tan esenciales a nuestra salvación.
El fanatismo se apodera de las mentes, las mujeres chillan, los locos se debaten, los imbéciles creen; y así tenemos al más despreciable de los seres, al bribón más torpe, al más pesado impostor que nunca haya aparecido, convertido en Dios, convertido en hijo de Dios, igual a su padre; ahí tenéis consagrados todos sus delirios, convertidos en dogmas todas sus palabras, y en misterios sus simplesas.
¿Pero se contentará con eso este santo Dios? Por supuesto que no su poder va a prestarse a favores mucho más grandes. Por voluntad de un sacerdote, es decir, de un pupilo cubierto de mentiras y de crímenes, este gran Dios, creador de cuanto vemos, se rebajará hasta descender diez o doce millones de veces todas las mañanas en un trozo de pasta que, como tiene que ser digerido por los fieles, pronto va a transmutarse en el fondo de sus entrañas en los excrementos más viles, y todo ello para satisfacer a ese tierno hijo, inventor odioso de esa mounstrosa impiedad en una cena de taberna.
Finalmente esa infame religión llega al trono y es un emperador débil, cruel, ignorante y fanático el que, envolviéndola en el manto real, mancilla así los dos extremos de la tierra.
¡Oh, Justine, cuánto peso han de tener esas razones sobre un espíritu analista y filósofo! En ese revoltijo de fábulas espantosas, ¿puede ver el sabio otra cosa que el fruto repugnante de la impostura de unos cuantos hombres, y de la falsa credulidad de los demás?
Si Dios hubiera querido que tuviésemos una religión cualquiera, y si realmente era poderoso, o , mejor dicho, si hubiese realmente un Dios, ¿nos habría transmitido sus órdenes por medios tan absurdos?
Si es supremo, si es bueno, si es poderoso, si es justo ese Dios del que me habláis, ¿querrá enseñarme a servirle o a conocerle por medio de enigmas o de farsas?
Soberano motor de los astros y del corazón del hombre, ¿no puede instruirnos sirviéndose de aquellos o hablarnos grabándose en éste? Que imprima un día, con trozos de fuego, en el centro del sol, la ley que pueda agradarle y que quiera darnos; todos los hombres, de un confín a otro del universo, al leerla, al verla al mismo tiempo, se podrá legitimar entonces su incredulidad. Pero indicar sus deseos unicamente en un ignorado rincón de Asia: no escoger por espectador sino al pueblo más malvado y más visionario; por sustituto sino al más vil artesano, al más absurdo y al más bribón; embrollar de tal modo la doctrina que resulta imposible comprenderla, limitar el conocimiento a un pequeño número de individuos, dejar a los demás en el error y castigarlos por haber permanecido en él.
NO JUSTINE TODAS ESAS ATROCIDADES NO ESTASN HECHAS PARA GUIARNOS PREFIERO MORIR MIL VECES ANTES QUE CREERLAS.
Marqués de Sade. La Nueva Justine.

miércoles, 17 de febrero de 2010

¿Dios Ama al Diablo?


LEE ATENTAMENTE. UN SALUDO.
La caída de Satanás y el dolor de Dios

Dios, si es amor, ha de ser, también, necesariamente, dolor. Si el amor es una comunión perfecta entre el amado y la amante, de ello se sigue que cualquier pena y desventura del amado entenebrece e intoxica el alma del amante. Si ama a sus criaturas como un padre ama a sus hijos, indeciblemente más que lo que un padre terrestre ama a los hijos de su sangre, Dios tiene que sufrir y seguramente sufre por la desdicha de los seres a quienes su potencia sacó de la nada. Y si en Dios, por naturaleza, todo es infinito, podemos pensar que su dolor es infinito como infinito su amor.

Nosotros no pensamos lo suficiente en ese infinito dolor de Dios. No tenemos ninguna piedad por ese tormento de Dios. La mayoría de quienes reconocen ser sus hijos no se preocupan por comprender y consolar la desmesurada aflicción de Dios. Pedimos al Padre dones, intervenciones, perdones, pero nadie participa en la perenne angustia de Dios con la ternura de un afecto filial consciente.
Hubo santos, y acaso todavía los haya, que quisieron sentir, acoger, repetir en ellos mismos las atroces torturas de la visible Pasión de Jerusalén. Pero el dolor de Cristo sólo fue un instante, aunque esencial y supremo, en el dolor de Dios. Fue, si en tema tan sublime y sagrado es lícito emplear una expresión harto profana, la “fase espectacular” del divino dolor. Se manifestó en un punto de la tierra, en formas terriblemente humanas, y ha herido, conmovido y sacudido a la demasiado humana fantasía de sus amantes. Pero la Pasión de Cristo no fue sino la Epifanía física, circunscrita en el tiempo y en el espacio, de una Pasión anterior y posterior a la Cruz.
La Cruz no es sino el símbolo finito y tangible de una crucifixión que la precede y la sigue. “Cristo estará en agonía hasta el fin del mundo” ha escrito un hombre (Pascal) que penetró en el sentido trágico del cristianismo mucho más que los redactores de digestos dogmáticos. Pero hubiera podido agregar que Dios estuvo en agonía desde los primeros tiempos del mundo. Desde el principio, la vida del Creador ha sido Pasión, es decir, un “padecer”, un sufrimiento, un eterno espasmo y dolor. Quien no ama a Dios en su dolor, no merece su amor.

El gran Órigenes escribió admirablemente:
“El salvador descendió a la tierra por piedad por el género humano. Ha soportado nuestras pasiones antes de sufrir la Cruz, aún antes de haberse dignado tomar nuestra carne. En efecto, si no las hubiese soportado antes, no habría venido a participar en nuestra vida humana. Pero ¿qué Pasión es esta que Él ha soportado por nosotros…?
Es la pasión del amor. Pero ¿no es cierto que el mismo Padre, Dios del universo, Él, que está lleno de longanimidad, de misericordia y de piedad, también de alguna manera sufre? ¿O es que ignoras que cuando se ocupa de las cosas humanas sufre una pasión humana? ´Porque el Señor tu dios ha tomado sobre Sí su vida, como quien toma sobre sí a su hijo´ (Deuteronomio, I, 31) Dios, pues, toma sobre Sí nuestra vida, como el Hijo de Dios toma nuestras pasiones. Ni siquiera el Padre es impasible. Si se le ruega, tiene piedad y compasión. Sufre una pasión de amor” (Órigenes, homilía sobre Ezequiel, VI, 6.)

La vida de Dios, como la del hombre, es, pues, tragedia. La creación que surgió por su amorosa voluntad de hacer que los otros seres participasen en la dicha de su perfección, fue causa y medio de perdición. Él quería levantar, alzar, elevar las criaturas hasta la cumbre donde el no-ser puede alcanzar al ser; y tuvo que presenciar los abandonos, las rebeliones, las deserciones, las caídas.
Había creado un ángel más perfecto que los otros, más próximo y más semejante a Él que todos los demás, y ese ángel cayó. Había creado, en el jardín de la tierra, un ser milagroso, modelado por sus manos, animado por su soplo, dotado de conciencia y de ciencia; y también el hombre cayó. La más divina de las criaturas celestes se levantó contra Dios; la más divina de las criaturas terrestres desobedeció a Dios. Ni a la una ni la otra había podido negarles el privilegio de la libertad, sello de la deseada semejanza entre el artífice y sus obras maestras; pero una y otra criatura usaron su libertad para estropear aquella semejanza y renegar de ella. LA perfección da origen al pecado; la dicha tiene como consecuencia la condena; la luz recibe como respuesta la ofensa de las tinieblas. Pensándolo bien ¿Hubo jamás en el universo ni en el infinito una tragedia más espantosamente trágica que esta dialéctica de la libertad?

Todos hallaron que la condena de Satanás fue sumamente justa. Pero ¿ha habido hasta hoy alguien que haya pensado y sentido que al mismo tiempo esa condena condenó a Dios al dolor? El castigo de Lucifer se convirtió en seguida, bajo otra forma, en castigo de Dios.
Ni siquiera Dios puede sustraerse a una ley que Él mismo hizo inmanente en toda justicia: ningún juez puede aplicar una pena sin cargar sobre sí mismo otra, equivalente a la impuesta por su sentencia. El justo es totalmente justo sólo cuando acepta pagar, también él, por el culpable.
Lucifer fue condenado con justicia a la más atroz de las penas: La de no poder amar. Dios es condenado a una pena casi de la misma crueldad: ama sin que se lo ame, sufre pensando en aquella tortura que Él quiso.
Si tenéis algún asomo de imaginación, si tenéis un embrión de corazón, tratad de entender, de penetrar, de adivinar la desgarrante premisa de esa “divina tragedia”.

Quien no accede a realizar tal esfuerzo e insiste en figurarse a Dios como un óptimo y plácido Anciano dedicado a la distribución de elixires y de premios a sus servidores, no ha llegado ni siquiera al peristilo del Cristianismo.
Pensad en esto: en razón de su justicia, Dios puede condenar, pero no puede odiar. Si por esencia es el Ser, no puede alimentar esa sed de aniquilación que es el odio. Si por esencia es Amor, íntegramente amor, en Él no puede subsistir lo opuesto del amor, esa negación del amor que es el odio. Ha condenado, necesariamente, a Lucifer, pero no puede odiarlo ni podrá jamás odiarlo. Lo ha precipitado al abismo, pero por encima de ese abismo de horror hay otro aún más profundo, que es el abismo de su amor. Amaba a Lucifer más que a los demás ángeles, porque Lucifer era el más alto, es decir el más semejante a Él. Y cuanto más fuerte y pleno era su primitivo amor por Lucifer, tanto más fuerte y plena ha de ser su misericordiosa ansiedad por la caída.

Lo amaba inmensamente, antes de la rebelión, cuando Lucifer era feliz entre los felices; ¿no habrá de amarlo aún más, ahora que ha llegado a ser el más desesperadamente infeliz de los infelices? El castigo de Lucifer es el más horrendo que una mente divina o humana pueda concebir: ya no ama; ya no es capaz de amar; está hundido y encajado en la oscuridad sin término de la ausencia y del odio. Ninguna condena puede compararse con la condena que oprime a Satanás. El es en verdad “el más infeliz” en un sentido que trasciende pavorosamente el sentido en que Kierkegaard entendió la expresión. En la tierra no hay ningún malhechor desgraciado hasta el punto de que le sea imposible, siquiera por un instante, un impulso afectivo, un vago fulgor de esperanza. A Lucifer le está negado hasta el mezquino alivio de esos tragaluces. Dios lo sabe; pero Dios no puede menos que sufrir por esa infelicidad que es tan absoluta como su misericordia.

Hasta en el hombre, el amor, en sus impulsos más sublimes, tiende a amar a quien sufre, aun cuando éste sufra por su propia culpa. ¿Qué sucederá pues en el gran corazón de Dios, en Aquel que es fuente primera y suma de toda compasión y de toda piedad?¿Quizás ame ahora a Lucifer más que cuando el ángel predilecto refulgía en el Empíreo a Su lado. Pero el amor que se le tiene a un infeliz, al más desesperado de los desesperados, es necesariamente un doloroso amor, un amor que gime y se angustia. Dios, que todo lo sabe y nada olvida, no puede sino sufrir infinitamente por la suerte de aquella criatura maravillosa a la que en los más amplios límites de lo finito concedió todos sus dones y en la cual vio reflejada, más que en las otras, su grandeza y su dicha. Lo había amado como sólo Dios puede amar; ¿y no tenía que experimentar un dolor inenarrable cuando vio que Lucifer se erguía contra Él?

¿Y no ha de sentir todavía una torturante nostalgia por aquella luz a la que tanto amó y que ahora se ha extinguido?; ¿no ha de sufrir indeciblemente al pensar que la criatura colocada por Él en lo más alto está ahora caída y confinada, por debajo de toda bajeza concebible?
Sigue amándolo, pero Su amor es tanto más doloroso cuanto que Él sabe, con certeza, que Lucifer no puede corresponder a ese amor, precisamente porque la condena consiste en esa absoluta privación e incapacidad de amar. Ni siquiera Su infinita piedad puede superar esa desolada incapacidad de afecto. Dios ama sabiendo que no es correspondido, que no puede ser correspondido. Dios sufre infinitamente, porque ama infinitamente a aquel que está condenado a no amar.
Él no puede devolverlo, por sí solo, a la anterior y altísima condición; no puede salvarlo sin la voluntaria cooperación de otra criatura. Y Lucifer tampoco puede redimirse solo.

Le bastaría un único y puro impulso de amor para levantar nuevamente el vuelo desde el abismo de ínfimo hasta el abismo de lo supremo, para reaparecer, fulgurante de fulgor, ala cabeza de los Tronos y de las Dominaciones. Pero su condena consiste precisamente en ser incapaz de ese impulso. Es necesario que alguien le tienda la mano y reencienda su espíritu; y ese alguien no puede ser Dios. Pero ese “alguien”, que en lenguaje humano se llama hombre, no sabe, no recuerda, no quiere. Tenía que ser el salvador de Satanás y se ha convertido, en cambio, en su siervo, es decir, en el más profundo fondo de la Ausencia.
Una de las razones que indujeron a Dios a crear al hombre, después de la caída de Lucifer, tal vez haya sido la esperanza de la redención de Satanás. El hombre, hecho de barro, pero de naturaleza casi angélica, hubiera debido ser el intermediario entre Dio y el gran Ángel Negro.

Satanás, se hubiera acercado a la nueva criatura para hacer de ella el instrumento de su rencor contra el Padre, y el hombre hubiera podido hacer lo que Dios no podía hacer: hubiera podido, a su vez, tentarlo; conducirlo de vuelta a su primera destinación, con el ejemplo de su inocencia, de su obediencia, de su humildad. Adán hubiera debido ser el cebo para que Satanás regresase a la gloria. Ésta fue la esperanza de Aquel que es amor universal y sin confines; esperanza inmediatamente defraudada y traicionada.
Adán prefirió obedecer a Satanás y desobedecer a Dios; el intermediario se convirtió en esclavo, cómplice y víctima. Con su caída, el hombre no sólo se precipitó en la Desemejanza, sino que perpetuó al mismo tiempo la condena del Rebelde. Al dar fe a la palabra del Tentador, Adán tergiversó el amoroso propósito de Dios. El exiliado expulsado prolongo el exilio del Fulminado.


Esa traición, que permite explicar mejor la dureza de las sanciones del pecado original, fue la causa primera del segundo gran dolor de Dios. Dios había creado un ser destinado a la felicidad y tuvo que condenarlo a la infelicidad. Había sacado de la tierra una criatura bellísima y tuvo que verla desfigurada por el remordimiento, por la culpa, por el sufrimiento del trabajo. Había creado un ser iluminado totalmente por la luz de la sabiduría y tuvo que verlo a tientas en la calígine del error, en la noche de la ceguera. Había creado una criatura libre y tuvo que verla terminar – mono bajo el yugo- en manos del demonio. La había criado para la vida y tuvo que presenciar la imitación sin término del primer fratricidio. Dios creó al hombre por amor, y aun hoy, no obstante todo eso, a pesar de todo eso, ama a los hombres. Pero precisamente ese su obtinado amor por los hombres es la fuente de su segunda condena a dolor.

¿Cómo podría no sufrir al contemplar a cada instante la miseranda infelicidad de sus hijos? En su amor al hombre, llegó al punto de hacer por él lo que no ha hecho ni puede hacer por Lucifer: Él mismo se hizo hombre para rescatar a los hombres. Pero tampoco bastó ese inefable e inaudito sacrificio. Pocos hombres aceptaron de todo corazón los frutos bermejos del nuevo árbol. El holocausto de la Redención solo fue aceptado por una minoría, y aun ésta lo acepto casi siempre como formula de un credo más que como sustancia activa de una vida transformada. Aun después de la Crucifixión, los hombres siguieron traicionando, sufriendo, olvidando, matando, pudriéndose como antes.
Después de Su Pasión en la tierra, Dios siguió padeciendo Su eterna, infinita, divina pasión. Ama a los hombres y esta obligado a ver que esos hijos a los que siempre amo se engañan, se ensucian, se asesinan, se odian, se rebelan, gruñen, sollozan, lloran, se desesperan.


La infelicidad del hombre reverbera, multiplicada por la misericordia paterna, la infelicidad de Dios.
Él, que todo lo sabe, sufre por quienes sufren al no conocerlo, al no seguirlo, al no obedecerlo, al no amarlo. Sufre atrozmente viendo como los mismos que lo invocan con los labios reniegan de Él con el alma y con la vida. Sufre indeciblemente cuando advierte que los mismos que se jactan de servirlo y de interpretarlo no son sino pozos de aguas muertas en vez de ser fuentes borbotantes, no son sino roncos ecos de Su palabra en vez de ser chispas de Su fuego. Sufre por todas las ruinas, por todas las miserias, por todas las imbecilidades y ferocidades de sus “hijos pródigos”, de sus fieles infieles, de sus deicidas suicidas. Sufre, en fin, al comprobar que toda Su sangre no ha conseguido impedir que la tierra siga empapada, ensopada, embebida de sangre de hermanos.
He ahí la doble raíz del dolor de Dios, del infinito dolor de Dios.

Los cielos narran Su gloria, pero el universo espiritual narra Su desventura. Se parece a un artífice que viese deshacerse o deteriorarse sus obras más admirables, las más gratas de su espíritu. El celestial gigante se ha hundido; el emperador terrestre se ha herido y envilecido. Diríase que la predilección divina es un anticipo de consuelo ante las inminentes caídas. Parecería que su amor produce los mismos efectos que el rayo. Las torres que Él levanto por encima del cielo y de la tierra son las primeras en desplomarse. La supremacía se convierte en la fatalidad de una maldición.
Lucifer nada puede para aliviar el dolor divino: su misma es a la vez la absolución de su pavorosa aridez. Pero el hombre aun puede hacer algo por ese su Dios que padeció y padece por el. A pesar de la hegemonía cainita, en los hombres no ha quedado suprimida toda capacidad de caritas.

Nosotros podemos amar a Dios no solo por Su amor, sino también compadecidos por Su Pasión, apiadados de Su tortura sobrenatural. Pero podemos hacer aun más, inauditamente más, con tal de que sepamos como hacerlo y queramos hacerlo. A los redimidos toca, cuando estén realmente redimidos todos, iniciar una segunda y por ahora inimaginable redención. El dolor de Dios es el último misterio de nuestra Fe, pero acaso su solución, aunque remota, nos haya sido confiada a nosotros, únicamente a nosotros.

EL Diablo. Giovanni Papini.
Cap. IV - La caída de Satanás y el dolor de Dios.

A mi parecer el capítulo más interesante de esta gran obra de Papini. Gracias por leer. Edmundo.

sábado, 16 de enero de 2010

Versos Áureos de Pitágoras.

PITÁGORAS.


Nació alrededor del 580 AC en la isla de Samos, Ionia, falleció alrededor del 500 AC en Metapontum, Lucania. Era originario de la isla de Samos, situado en el Mar Egeo. En la época de este filósofo la isla era gobernada por el tirano Polícrates. Como el espíritu libre de Pitágoras no podía avenirse a esta forma de gobierno, emigró hacia el occidente, fundando en Crotona (al sur de Italia) una asociación que no tenía el carácter de una escuela filosófica sino el de una comunidad religiosa. Por este motivo, puede decirse que las ciencias matemáticas han nacido en el mundo griego de una corporación de carácter religioso y moral. Ellos se reunían para efectuar ciertas ceremonias, para ayudarse mutuamente, y aun para vivir en comunidad. En la Escuela Pitagórica podía ingresar cualquier persona, ¡hasta mujeres!. En ese entonces, y durante mucho tiempo y en muchos pueblos, las mujeres no eran admitidas en la escuelas. Se dice que Pitágoras se casó con una de las alumnas. El símbolo de la Escuela de Pitágoras y por medio del cual se reconocían entre sí, era el pentágono estrellado, que ellos llamaban pentalfa (cinco alfas). Debido a la influencia política que tuvo la Escuela en esa época, influencia que era contraria a las ideas democráticas existentes, se produjo, tal vez, después del año 500 una revuelta contra ellos, siendo maltratados e incendiadas sus casas. Pitágoras se vio obligado a huir a Tarento, situada al sur de Italia. Algunos piensan que un año más tarde murió asesinado en otra revuelta popular en Metaponto. Se debe a Pitágoras el carácter esencialmente deductivo de la Geometría y el encadenamiento lógico de sus proposiciones, cualidades que conservan hasta nuestros días. La base de su filosofía fue la ciencia de los números, y es así como llegó a atribuirles propiedades físicas a las cantidades y magnitudes. Es así como el número cinco era el símbolo de color; la pirámide, el del fuego; un sólido simbolizaba la tetrada, es decir, los cuatro elementos esenciales: tierra, aire, agua y fuego.

Honra, en primer lugar,
y venera a los dioses inmortales,
a cada uno de acuerdo a su rango.
Respeta luego el juramento,
y reverencia a los héroes ilustres,
y también a los genios subterráneos:
cumplirás así lo que las leyes mandan.
Honra luego a tus padres
y a tus parientes de sangre.
Y de los demás, hazte amigo
del que descuella en virtud.

Cede a las palabras gentiles
y no te opongas a los actos provechosos.
No guardes rencor
al amigo por una falta leve.

Estas cosas hazlas
en la medida de tus fuerzas,
pues lo posible se encuentra
junto a lo necesario.

Compenétrate en cumplir
estos preceptos,
pero atiénete a dominar
ante todo las necesidades
de tu estómago y de tu sueño,
después los arranques
de tus apetitos y de tu ira.

No cometas nunca
una acción vergonzosa,
Ni con nadie, ni a solas:
Por encima de todo,
respétate a ti mismo.

Seguidamente ejércete
en practicar la justicia,
en palabras y en obras,
Aprende a no comportarte
sin razón jamás.

Y sabiendo que morir
es la ley fatal para todos,
que las riquezas,
unas veces te plazca ganarlas
y otras te plazca perderlas.

De los sufrimientos que caben
a los mortales por divino designio,
la parte que a ti corresponde,
sopórtala sin indignación;
pero es legítimo que le busques remedio
en la medida de tus fuerzas;
porque no son tantas las desgracias
que caen sobre los hombres buenos.

Muchas son las voces,
unas indignas, otras nobles,
que vienen a herir el oído:
Que no te turben ni tampoco
te vuelvas para no oírlas.
Cuando oigas una mentira,
sopórtalo con calma.

Pero lo que ahora voy a decirte
es preciso que lo cumplas siempre:
Que nadie, por sus dichos o por sus actos,
te conmueva para que hagas o digas
nada que no sea lo mejor para ti.

Reflexiona antes de obrar
para no cometer tonterías:
Obrar y hablar sin discernimiento
es de pobres gentes.
Tú en cambio siempre harás
lo que no pueda dañarte.

No entres en asuntos que ignoras,
mas aprende lo que es necesario:
tal es la norma de una vida agradable.

Tampoco descuides tu salud,
ten moderación en el comer o el beber,
y en la ejercitación del cuerpo.
Por moderación entiendo
lo que no te haga daño.
Acostúmbrate a una vida sana sin molicie,
y guárdate de lo que pueda atraer la envidia.

No seas disipado en tus gastos
como hacen los que ignoran
lo que es honradez,
pero no por ello
dejes de ser generoso:
nada hay mejor
que la mesura en todas las cosas.

Haz pues lo que no te dañe,
y reflexiona antes de actuar.
Y no dejes que el dulce sueño
se apodere de tus lánguidos ojos
sin antes haber repasado
lo que has hecho en el día:
"¿En qué he fallado? ¿Qué he hecho?
¿Qué deber he dejado de cumplir?"
Comienza del comienzo
y recórrelo todo,
y repróchate los errores
y alégrente los aciertos.

Esto es lo que hay que hacer.
Estas cosas que hay
que empeñarse en practicar,
Estas cosas hay que amar.
Por ellas ingresarás
en la divina senda de la perfección.
¡Por quien trasmitió a nuestro
entendimiento la Tetratkis*
la fuente de la perenne naturaleza.

¡Adelante pues!
ponte al trabajo,
no sin antes rogar
a los dioses que lo conduzcan
a la perfección.
Si observares estas cosas
conocerás el orden
que reina entre los dioses inmortales
y los hombres mortales,
en qué se separan las cosas
y en qué se unen.

Y sabrás, como es justo
que la naturaleza es una
y la misma en todas partes,
para que no esperes
lo que no hay que esperar,
ni nada quede oculto a tus ojos.

Conocerás a los hombres,
víctimas de los males
que ellos mismos se imponen,
ciegos a los bienes
que les rodean,
que no oyen ni ven:
son pocos los que saben
librarse de la desgracia.
Tal es el destino
que estorba el espíritu
de los mortales,
como cuentas infantiles
ruedan de un lado a otro,
oprimidos por males innumerables:
porque sin advertirlo
los castiga la Discordia,
su natural y triste compañera,
a la que no hay que provocar,
sino cederle el paso
y huir de ella.

¡Oh padre Zeus!
¡De cuántos males
no librarías a los hombres
si tan sólo les hicieras
ver a qué demonio obedecen!

Pero para ti, ten confianza,
porque de una divina raza
están hechos los seres humanos,
y hay también la sagrada naturaleza
que les muestra
y les descubre todas las cosas.
De todo lo cual,
si tomas lo que te pertenece,
observarás mis mandamientos,
que serán tu remedio,
y librarán tu alma
de tales males.

Abstiénete en los alimentos como dijimos,
sea para las purificaciones,
sea para la liberación del alma,
juzga y reflexiona
de todas las cosas y de cada una,
alzando alto tu mente,
que es la mejor de tus guías.

Si descuidas tu cuerpo para volar
hasta los libres orbes del éter,
serás un dios inmortal, incorruptible,
ya no sujeto a la muerte.